Paolo Quinteros
Exjugador del CAI
Zaragoza
¿Quién dijo fácil?
Mis comienzos en el baloncesto fueron
un simple entretenimiento, una actividad donde divertirme con mis compañeros
cuando era chico. Conforme iba creciendo, miraba de reojo la posibilidad de
dedicarme al basket, si bien mi prioridad seguían siendo los estudios hasta
terminarlos. Finalmente, cuando me decidí a dar el paso, no lo hice de palabra,
lo hice con hechos. Y fue muy difícil. Había que entrenar duro con el equipo de
mi categoría y, luego, con el de otra superior hasta ocuparme prácticamente
todo el día. Como todos, claro que atravesé momentos difíciles en que lo tentador
hubiese sido abandonar. Recuerdo con 16 años, cuando realicé una prueba para
Boca Juniors junto a 70 chicos más: eligieron 5 finalistas y uno fui yo. Al
final, me descartaron. Fue un golpe duro, os lo aseguro, aunque nunca me
desanimé por ello. La fe mueve montañas, dicen. Lejos de pensar en arrojar la
toalla, me lo planteé como un reto. Mi desafío a partir de entonces era demostrar
a todos que podía jugar. Estaba convencido. Comencé en equipos pequeños, fui
escalando categorías en Argentina y una vez me sentí animado a dar el paso, lo
di; fue en Estudiantes de Olavarría.
¿Pude hacerlo antes? Sí, pero quería
acumular experiencia, jugar minutos, anotar puntos para estar perfectamente
preparado y que no me sorprendiera la adaptación en adelante. Luego llegó
España y el CAI Zaragoza con todo lo que vivimos aquí. Sin embargo, durante
aquellos años, siempre andaban por ahí merodeando los “peros”: que si era bajito,
que si no podía jugar en equipos grandes porque la altura no me lo permitía,
que si me faltaba experiencia… Una vez más lo único que conseguían era
alimentar mi orgullo, querer demostrar –no a la gente que me rodeaba- sino a mí
mismo que con esfuerzo, voluntad y sacrificio, uno puede lograr lo que se
propone. Algo que no sólo vale en el deporte sino en la vida.
Poco a poco se fueron cumpliendo las
etapas. Llegaron los sueños y los premios como la Selección Argentina.
Fue una recompensa, la grata recompensa al ir completando mis metas paso a
paso, sin saltar escalones. Uno a los 16 años nunca se planteaba jugar en la
selección de su país y eso ayuda luego a no pegártela si no llega. Una vez que
estuve allí y probé el gustito a ganar títulos, quería repetir las sensaciones
de lo que me había pasado. Le llaman ambición. Por suerte, más allá de que deben
darse los factores de la calidad colectiva en los equipos, el ganar es un
aliciente añadido para trabajar con ilusión y dar el cien por cien en cada
entrenamiento.
Pero ¿quién dijo fácil? También he
visto la otra cara del baloncesto, la de compartir vestuario con jugadores
repletos de talento que se quedaron en el camino. Con talento, hoy no se
consiguen metas. Fueron jugadores que creían que no necesitaban entrenar, o si
lo hacían, era como un trámite para el partido porque “su” talento lo supliría
todo. Error. Se estancaron. Los demás fueron progresando alrededor. Cuando eso
pasa, es difícil hacer un clic y volver atrás en el tiempo. Ya no hay retorno.
Y suele pasar en jugadores que se dejan llevar por los comentarios y las voces
de quienes les rodean, al considerar que ya tienen todo aprendido. Abandonan el
sacrificio y es el final de su proyección. Una lástima y un peligro.
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